Sobre
la validez de la herramienta de la huelga de hambre para alcanzar el
objetivo propuesto, tenemos dos ejemplos distantes en el tiempo. Uno: El
13 de enero de 1948, Mahatma Gandhi, comenzó una huelga de hambre con
el propósito de detener el derramamiento de sangre entre India y
Pakistán. Tras 5 días, los líderes de ambas facciones se comprometieron a
detener la lucha y Gandhi abandonó la huelga. Otro: El 9 de abril de
2009, el presidente de Bolivia, Evo Morales, inició una huelga de hambre
para exigir al Congreso que aprobara la Ley Electoral que regulará las
elecciones generales del 6 de diciembre de 2009. Tras cincos día, el
Congreso aprobó la Ley Transitoria de Régimen Electoral y Morales
abandonó la huelga.
El
día 25 de abril, el expresidente de la Junta de Extremadura, Juan
Carlos Rodríguez Ibarra, propuso en serio que se hiciera una huelga de
hambre en las dependencias del Ministerio de Medio Ambiente en Madrid, y
no salir de allí hasta que conceda la autorización correspondiente al
proyecto de Refinería Balboa, que lleva ya seis años en trámites
administrativos. Pidió que protagonizaran el encierro los secretarios
generales de CCOO y UGT de Extremadura. Al día de hoy no sabemos si
aceptarán el órdago, o considerarán que es una pataleta del
expresidente, en cuyo caso ya sabe la respuesta ¿una huelga de hambre
para qué?
Ibarra
sabe de la efectividad política de la huelga de hambre, y lejos de
situarse en el terrero de la ocurrencia señala un camino de lucha
eficaz, que bien podría servir de guía para quienes consideran
lesionados los derechos, sean propios y/o colectivos. Otra cosa es, que
se comparta el objetivo que pretende alcanzar.