Desde el 14 de abril ejercía como director editorial de Voz emérita, y el pasado 30 de marzo nos decía: “He de comunicarles, sufridos lectores, que ha llegado la hora del adiós; de mi adiós”.
Quienes disfrutamos durante 36 semanas de sus reflexiones en “Península histérica”, acusamos
su ausencia. Sus líneas recogían tanta cordura, talento,
esclarecimiento de la verdad, grandeza moral y credibilidad, que tal vez
cometiera el pecado de la verdad desnuda, y dar por c… comprando El
Jueves.
Cumplió su compromiso de “Hacer
un semanario digno de una ciudadanía moderna e ilustrada; un periódico
que defienda no a un partido político, ni siquiera a una ideología, sino
una manera decente de ver la vida; un periódico que no avergüence ni a
quienes lo hacemos ni a quienes, como usted, lo lean”. Y más aún, al cumplir su máxima: “Hemos de proceder de tal manera que no nos sonrojemos ante nosotros mismos”. Siempre recordaremos el autorretrato “Respuestas sin pregunta” (n.88).
Don Manuel, gracias (sin lágrimas) por su dignidad, honor y radicalidad; y adelante, siempre adelante, pues “hoy es siempre todavía”.
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