Nosolomérida
El presidente Rajoy ha desgranado en el Congreso el ajuste más duro de la democracia
(subida del IVA reducido del 8% al 10% y el general del 18% al 21%, y
de los impuestos especiales medioambientales; supresión de la deducción
por vivienda y de la paga extra de Navidad a los funcionarios; reducción
de la prestación por desempleo a partir del sexto mes del 60% al 50% , y
del 30% del número de concejales; recorte del 20% en subvenciones a
partidos políticos y sindicatos, etcétera) para ahorrar 65.000 millones
en dos años y medio.
Por fin es Rajoy quién anuncia sus
recortes en lugar de sus ministros como venía siendo habitual hasta
ahora. Él manifiesta de frente la traición a sus electores con un tono
aparentemente dramático: “Los españoles no podemos elegir si hacer o no
sacrificios. No tenemos esa libertad”.
A la vez que Rajoy anunciaba sus
recortes, los diputados populares aplaudían como si fuera un castigo que
nos merecemos quienes para ellos aparecemos como culpables. Al
mirarles, nos acordamos de Elsa Fornero,
la ministra de Bienestar Social del gobierno Monti, que cuando anunció
que reducía y endurecía las condiciones para las pensiones a los
jubilados italianos, y pese a su fama de mujer dura, no pudo evitar
emocionarse. ¿Qué aplauden sus señorías? ¡Qué vergüenza de aplausos¡
Rajoy viene a demandar sangre, esfuerzo, lágrimas y sudor a quienes no tienen ninguna responsabilidad sobre la crisis, a la vez que otorga paz, piedad y perdón a los que la crearon. Además, pide a la sociedad entera que confíen en él. Ya no acertamos a saber si su programa electoral y discurso de investidura fue un cuento de hadas porque no sabía lo que heredaba o que realmente no sabe qué hacer. En estos momentos nos acordamos de Winston Churchill y Manuel Azaña, estadistas en tiempos difíciles. Más aún ante un pueblo que está a la altura de las circunstancias.
Rajoy viene a demandar sangre, esfuerzo, lágrimas y sudor a quienes no tienen ninguna responsabilidad sobre la crisis, a la vez que otorga paz, piedad y perdón a los que la crearon. Además, pide a la sociedad entera que confíen en él. Ya no acertamos a saber si su programa electoral y discurso de investidura fue un cuento de hadas porque no sabía lo que heredaba o que realmente no sabe qué hacer. En estos momentos nos acordamos de Winston Churchill y Manuel Azaña, estadistas en tiempos difíciles. Más aún ante un pueblo que está a la altura de las circunstancias.
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