La
Medalla de la Libertad fue instituida en 1945 por Harry S. Truman para
reconocer los esfuerzos de civiles durante la II Guerra Mundial. En
1963, durante el gobierno de John F. Kennedy, se amplió su cobertura a
personas que hayan prestado servicios distinguidos a la paz mundial,
cultura u otros valores, incluido la seguridad o los intereses
nacionales de Estados Unidos. Nelson R. Mandela y Teresa de Calcuta,
entre otros, la recibieron en su día por la defensa de los derechos
universales.
Hoy
George W. Bush ha condecorado con esta medalla a quienes ha considerado
sus principales aliados durante su mandato, los ex primeros ministros
del Reino Unido y Australia, Tony Blair y John Howard, y al presidente
colombiano, Álvaro Uribe. Blair y Howard fueron los dos principales
aliados de EEUU en Irak, donde los contingentes de sus países fueron los
más numerosos tras el estadounidense. También hoy, Susan Crawford, alta
responsable de la Administración Bush, ha reconocido que los militares
torturaron a un ciudadano saudí, preso en Guantánamo, acusado de
participar en los atentados del 11 de septiembre de 2001. Durante los
interrogatorios se utilizaron técnicas que incluían aislamientos
prolongados, privación del sueño, desnudez y largas exposiciones al
frío, dejando al preso, según Crawford, en “condiciones peligrosas para la vida”.
Nuestra
historia recientísima está dando ejemplos acerca de la retirada de
medallas y condecoraciones de diversa índole que de forma indigna fueron
dadas a quienes cercenaron la libertad de los pueblos y ciudadanos de
España. Ahora, este circo político de las medallas nos afecta, pero
podría haber sido peor si el anfitrión hubiera añadido en la
condecoración a dos más de las Azores.
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