Probablemente
la baja calificación de los partidos políticos y la creciente
desafección política de la ciudadanía pasen a la historia como hechos
muy relevantes de 2010. Negar la realidad de la crisis y la insuficiente
explicación de las medidas para contrarrestarla son los elementos que
conforman la baja nota de unos, y la percepción de la escasa o nula
colaboración con el Gobierno para superar la crisis económica constituye
el núcleo de la baja nota de los otros.
Cuando
Zapatero negaba la recesión, los demás dirigentes de su partido también
lo hacían en público. Ahora que la credibilidad del presidente del
Gobierno está bajo mínimos, casi todos los que miraron para otro lado
ponen tierra de por medio para salvaguardar su feudo. Marcan distancias
para mantener su credibilidad, como si la parte no fuera percibida como
común al todo. Parecen ajenos a que esa actitud de salvación propia
contribuirá a una mayor caída de los suyos.
Por
su parte, el principal partido de la oposición mostrará actitud seria y
responsable apoyando parte de las reformas que el amortizado Zapatero
pretende aprobar próximamente. Será su estrategia, su activo electoral:
una muy medida colaboración con el Gobierno. Tanto el incremento de la
protesta social (los líderes sindicales también se juegan su
credibilidad) como la probable derrota electoral en las autonómicas y
municipales de mayo 2011 se encargarán de hacer el resto.
Lo
cierto es que tanto la complicada salida del actor principal como la
táctica próxima de ahogadillas políticas no deberían ser impedimentos
para una apuesta partidista decidida por soluciones políticas. Estamos
cansados de constatar que son parte del problema, deseamos verlos como
agentes para la solución.
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