
Habría al menos un punto de atención continuada abierto para atender cualquier urgencia que pudiera tener alguno de los indigentes acogidos; y no habría problema a la hora de validar las parejas de hecho que hubiera entre ellos, tuvieran o no papeles por medio, porque la inmensa mayoría social ya no hablaría de “estado de pecado”. Sin embargo, el ajetreo de esa Nochebuena sería semejante al de aquel de 1961; también sería parecida aquella espesa y continua tristeza.
Berlanga, como entonces, recogería de forma magistral la hipocresía y la doble moral de las fuerzas vivas del momento. Continuaría su protesta contra la sociedad, significando su miseria e insolidaridad con la misma afable apariencia. En su “Siente un pobre a su mesa”, estarían, de una parte: las letras por pagar, la extra, los indigentes, desahuciados; y de la otra: los ciudadanos de bien. Berlanga engañaría a la troika (Comisión Europea, Banco Central Europeo y Fondo Monetario Internacional), a la Corporación Británica de Radiodifusión (BBC) y al The New York Times para no perjudicar la imagen de España.
Estaría políticamente correcto y quedaría como un buen patriota; pues ante cualquier riesgo, y cuando los ilustres de España le aconsejaran que mejor “Plácido 2”, él accedería. Pero mantendría el mismo villancico como final: “Madre en la puerta hay un niño y gritando está de frío, ande dile que entre y así se calentará, porque en esta tierra ya no hay caridad ni nunca la ha habido ni nunca la habrá". La caridad como sustituto de la justicia social, sería intocable para Berlanga; y aparecería tan real, para que siguiera doliendo.
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